Navidades con San Josemaría

Las mejores Nochebuenas de mi vida -cuenta Don Enrique Monasterio- fueron las cuatro consecutivas que pasé en Roma junto a San Josemaría Escrivá. No puedo recordar si había turrón, mazapanes o panettoni; es lo de menos. Pero aún oigo los villancicos que cantábamos junto al belén.

Las mejores Nochebuenas de mi vida fueron las cuatro consecutivas que pasé en Roma junto a San Josemaría Escrivá. No puedo recordar si había turrón, mazapanes o panettoni; es lo de menos. Pero aún oigo los villancicos que cantábamos junto al belén. Y veo la imagen de un Niño agitanado: un muñecote grande que presidía la tertulia, al que besábamos sin ningún pudor, conscientes de que aquella chiquillada era mucho más que un juego.

San Josemaría -nuestro Padre- nos hablaba con voz débil: al final de la jomada se le notaba sin muchas fuerzas, incluso los días de fiesta, que, para él, eran también de trabajo. Pero, cuando miraba al Niño, se le aniñaban los ojos en un gesto travieso lleno de ternura. A su lado aprendí -muchos aprendimos- que también se reza con la mirada, con la imaginación, con la fantasía..., hasta con los sueños.

San Josemaría Escrivá explicaba cuál es el camino para lograr esa transformación: ser pequeño -decía- exige creer como creen los niños, amar como aman los niños, abandonarse como se abandonan los niños..., rezar como rezan los niños. Y más adelante insistía: Hazte pequeño. Ven conmigo y -este es el nervio de mi confidencia- viviremos la vida de Jesús, María y José.

Enrique Monasterio, El Belén que puso Dios